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La barbarie de los falsos positivos en el Oriente

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    -Él no era propiamente hijito mío, pues, que lo haya tenido yo, sino hijito de crianza. El niño quedó de un año de nacido y nosotros lo levantamos. Y a los cuatro meses que regresamos de desplazados, después de retornar de San Luis aquí, me lo desaparecieron.

  • Se lo desaparecieron me dice Ella con las manos sobre una falda de flores, todo un jardín. Los ojos allá, al frente, entre el verdor que se apaga. Me pregunta si me puede contar.

    -¿Sí le puedo contar?

    Al lado de la carretera, en la larga fila de casas arrumadas a la entrada de Aquitania, San Francisco, el bullicio transita hacia los sonidos del campo.

    -No sé qué le pudo pasar a mi hijo. ¡Bendito sea mi dios! Todavía me pongo a pensar que si mi niño estuviera vivo alguna cosa se sabría. Yo vivo muy trastornada. Hubo otros desaparecidos cuando lo desaparecieron. ¡Por aquí la guerra estuvo muy horrible! ¡Que mi diosito los castigue!

    Voy entre su historia, esa tan suya, esa sin resolver, y un informe más azaroso, “El rol de los altos mandos en falsos positivos”, publicado esta semana por Human Rights Watch (Ver informe). Allí dicen mucho de lo que sabíamos; dice mucho de lo que no sabíamos. Que ellos, las más de tres mil personas desaparecidas, asesinadas y presentadas como guerrilleros muertos en combate por el Ejército entre el 2002 y el 2008, no solo son la confirmación macabra de una sociedad indolente que sigue matándose, sino que, y lo peor, es el Estado a través de una de sus instituciones insignia la encargada de prolongar el dolor, la muerte, la barbarie. Porque son eso, bárbaros, bárbaros.

    De las 11 brigadas analizadas por el informe, es la Cuarta brigada la que mayor número de presuntas ejecuciones extrajudiciales tiene en su haber (426). Hay un mapita con círculos rojos. Las bolitas son pequeñas o grandes dependiendo de la magnitud del desastre. Es tan grande la bolita roja de Antioquia que sale de sus fronteras. Cualquier vida perdida es escandalosa, lo es más cuando es una institución del Estado, el que debe protegernos, el que se encarga de estirar la muerte (¿cuáles héroes de la patria?).

    Al Batallón Juan del Corral, una de las unidades de la Cuarta Brigada y con sede en el Oriente, se le atribuyen 24 presuntas ejecuciones extrajudiciales. Y 19 al Gaula Rural Oriente antioqueño. Todo esto me hace recordar un viaje que hice hace más de un año con otros periodistas del Oriente y que fue acompañado por soldados del Batallón Juan del Corral. Antes de salir hacia Argelia y mientras apuraba un tinto, el teniente coronel José Miguel Navarro Solórzano dijo que sí hubo falsos positivos pero no de la dimensión que había presentado los medios de comunicación.

    Juzguen ustedes.

    Los falsos positivos fueron ataques “dirigidos contra civiles que residían en zonas marginadas”. Y hay más, el informe dice que para que hubiera falsos positivos fueron necesarias acciones de comandantes de brigadas y unidades tácticas. Y la presión que se ejerció para que hubiera resultados se complementó con incentivos que recompensaban las muertes en combate “con días de vacaciones (permisos), ascensos, medallas, cursos de formación y felicitaciones de superiores, entre otros premios”.

    Un campesino muerto por un viaje a Cartagena. Un excombatiente, que creyó en la reconciliación y la dejación de las armas, por un ascenso y un mejor salario. Una persona menos por un reconocimiento más.

    Las evidencias de los falsos positivos nos demuestran que no se trataba de manzanas podridas al interior del Ejército. No. Las ejecuciones extrajudiciales se hicieron (y se han seguido haciendo luego de 2008. Con más cuidado, claro) por la gran mayoría de las brigadas en distintas regiones de Colombia.

    El hijo de la mujer de Aquitania fue asesinado en el corregimiento, vestido rápidamente con camuflado, envuelto en una bolsa oscura y llevado, me dice, por un helicóptero del Ejército a un lugar que no sabemos. Que yo no sé, que no sabe Ella.

    La desaparición y muerte es, de por sí, escandalosa. No sé qué dirá el teniente coronel a estas alturas, pero la magnitud de lo que sufren las familias víctimas de esta práctica es incalculable. No midamos con números. ¡Reconozcan la barbarie! Por ahí empieza la reconciliación.

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     * Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.

     

     

     

     

     

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