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Escribir un diario

  • Hay música en el cuaderno. Es un objeto con luz propia, en donde se escriben las historias de la vida nueva, del mundo maravilloso que emerge en la ventana de la imaginación y en la puerta de la realidad. Apacible su calorcito, sublimes los entramados que nacen allí. Despegar la mirada de él es abandonar el mundo mágico. Apartarse es evidenciar que lo que hasta hace minutos era la realidad de a poco se transforma. La historia es la que nace en estas líneas. Afuera… una vida paralela.

    En el cuaderno escondo, retiro en el altar secreto esbozos de historias, ideas que no siempre sobreviven, versos de amor que se marchitan, cartas para enamorar y que enamoran, narraciones que no logran su fin, barcas que se pierden en el río caudaloso, mariposas que abren sus alas y se alzan en el cielo.

  • Escribir en el diario es introducirse en un espacio en el que la noche se detiene y las letras saltan y saltan. Lo único que se mueve son palabras que en frases, párrafos y páginas conforman el relato. Es nacer, renacer continuamente, lanzarse a la huida de aquello denominado realidad: el mundo paralelo en el que la felicidad es fugaz y la incertidumbre alimento. Realidad.

    “Yo no cuento cosas a nadie, sino que las escribo en mis cuadernotes. No confidencio con ninguno, sino con mis papelotes”, me reveló en sus páginas Mario Escobar Velásquez. Y así estos papelotes son los cómplices de mis palabras, de la extensión del recuerdo, de la revelación de la angustia. La manifestación del gozo. El diario es la evidencia de la disciplina.

    Este cuadernote no tiene candado como el diario de una tía, angustiada por el fruto que se revoloteaba en su vientre, ignoto de la realidad turbia que azaraba la vida de su madre en una familia conservadora. En sus líneas lloraba y rezongaba. Maldecía. Soñaba.

    Escribo en el bus del habitante de calle que se baña ante pasajeros fugaces, en clase me disperso y hablo sobre un zancudo, en el Metro riego gotitas de ideas y me lamento del llanto de una mujer. A casa regreso y le hablo, despacito y al oído:

    Esas gotitas que riegan los campos de tus mejillas son la marca acuosa de la desesperanza. Ni los lentes gruesos ni la lupa que sostienes en tu mano derecha son suficientes para que entiendas las letras pequeñas del mensaje en tu teléfono. Desconsolada recuestas tu cabeza en la ventana y arrojas con desparpajo el celular en una bolsa. Barres con rabia las lágrimas de tus ojos nublados, que de a poco se esconden como el sol en el ocaso. 

    Las palabrotas del cuadernote son ideas sin fecundar. Ellas hacen su aparición y la tinta negra del lapicero recorre el camino de la nueva vida. Nacen, se reproducen y viven –o mueren-. Es la vida.

    Soy artesano de palabras. Con mi ser dibujo la mejor forma –intento- de las historias. No siempre sale. El diario consigna los insumos y hace su trabajo. El mío, el de narrar, es una lucha en el mundo de la incertidumbre por la perfección del universo que se escribe.

    * Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario

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