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Desplazamiento, secuestro y desaparición: el perdón de una madre para hablar de paz

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    Al llegar a San Carlos, una temperatura de hasta 28 grados ambienta el paisaje, adornado a su alrededor por montañas de diferentes tonalidades, entre verdes claros y otros más intensos. A cualquier hora del día, el parque principal está lleno de sancarlitanos, unos degustan un café mientras conversan o simplemente contemplan y reciben la brisa en medio del sol abrasador.

  • Es normal que San Carlos reciba visitas presidenciales, delegaciones de líderes de la región, sea sede de asambleas, de actividades culturales o deportivas, ya que después de los muchos años de barbarie que vivió, su gente se levantó y se empoderaron políticamente de su situación, convirtiéndose en el mejor ejemplo en Antioquia de paz y reconciliación para conocer y replicar.

    Justamente en medio de la Cuarta Asamblea Regional de la Red de Pobladores del Oriente Antioqueño y Porce Nus, muchas historias de líderes comunitarios, empoderados y replicadores de paz territorial en cada uno de los barrios, veredas y corregimientos de sus municipios, convergieron con otras para identificarse, aprender de las diferentes iniciativas de organización social y llevarlas a sus comunidades, donde cada uno de ellos realiza actividades como juegos, reforestación o convites, con adultos mayores, niños y jóvenes, todo por promover la sana convivencia.

    Sin embargo, la tarea de los líderes pobladores es mucho más heroica cuando para hablar de paz en sus comunidades, muchos de ellos tuvieron primero que haber sufrido el flagelo de la guerra y ser testimonios vivos de la tragedia que trajo consigo el conflicto armado en estas subregiones. Gabriela Orrego Ochoa, líder y veedora del Consejo Consultivo de la Gobernación de Antioquia por el municipio de Rionegro, es el rostro del perdón y la reconciliación, luego de sobrevivir a la mayor tragedia con la que un ser humano puede cargar.

    Gabriela, entona su historia mientras levanta un poco sus lentes y limpia el sudor que le corre por la cara, sus ojos enrojecen pero mira fijo, ella sabe que aunque ya perdonó es duro volver a remover la dolorosa historia. “Empecé a ser víctima de la violencia cuando a mi familia y a mí nos desplazaron de nuestra finca, ubicada en el corregimiento La Floresta de Yolombó en el año de 1964 y  posteriormente en 1987 cuando el ELN me secuestró en territorio de La Abiscinia, también de Yolombó, donde permanecí seis meses hasta que me escapé”.  Relata esta mujer de semblante sensible y humilde.

    Para la época del secuestro, Gabriela quien era enfermera, había  llevado un caso en Yolombó, donde le había salvado la vida a alguien de su familia a través de conocimientos en botánica, lo que se convirtió en el detonante para estar en la mira del ELN y ser privada de su libertad.

    Gabriela cuenta que fue bien tratada durante el tiempo del secuestro, pues para esa guerrilla ella estaba allá para colaborar con su causa. Tras seis meses bajo las órdenes y el mando del ELN, conoció a un joven que hacía parte de las filas del grupo subversivo y quien posteriormente  la ayudaría a salir. “Yo oro todos los días por él y también le pido a Dios que los ayude a todos ellos, porque esa vida es muy triste. A pesar de que me obligaron a dejar solos a mis hijos y a mi familia, yo los aprendí a querer, porque todos somos seres humanos y todos somos hermanos ante los ojos de Dios”.

    No obstante, después de ser secuestrada y sobrevivir al cautiverio, para Gabriela las tristezas no terminarían ahí, pues nuevamente en 1998 el conflicto armado se ensañó con su vida, y es así como desaparecen a uno de sus hijos de 17 años en la comuna 13 de Medellín. “Él salió de Rionegro donde volvimos a hacer una vida luego de mi secuestro, para donde los abuelos que vivían en Medellín y desde ahí nunca más lo volvimos a ver ni a saber de su paradero. Yo pregunté e investigué mucho en la Fiscalía y lo que me dijeron es que presuntamente el niño había sido reclutado, porque en esa época reclutaron a varios jóvenes de Marinilla y Rionegro para que hicieran parte de las filas de los grupos armados que delinquían en la ciudad, unos se cree que fueron asesinados y otros no se sabe en qué parte están”.

    Luego de que las pesquisas de la investigación apuntaran  a que la desaparición del menor se llevó a cabo en la Comuna 13 de Medellín, Gabriela emprendió la lucha de su búsqueda, y hoy es una de la madres esperanzadas en que los restos de su hijo se puedan hallar en las excavaciones que se están haciendo en La Escombrera, el botadero reconocido como una de las fosas comunes urbanas más grandes del mundo.

    A la fecha, esta madre confirma que ya fue indemnizada por la desaparición forzada de su hijo, hecho por el que la Unidad de Víctimas le otorgó 20 millones de pesos. Pese a ello, eso no la resigna a parar la búsqueda de su niño, pues qué valor monetario puede tener una vida, mucho más cuando se está empezando a vivir como lo estaba haciendo el hijo de Gabriela.

    Para la líder, ella como persona y como víctima opina que la reconciliación y el perdón no deben ser una posibilidad sino una necesidad, porque basados en ellos es que las próximas generaciones podrán tener un futuro mejor.

    La historia de Gabriela Orrego, es la historia de muchos líderes de la Red de Pobladores del Oriente Antioqueño y Porce Nus, quienes han visto la muerte y el sadismo de la guerra de frente, pero que con iniciativas comunitarias han vuelto a creer en que con unión y tolerancia se puede convivir en paz.

    Esta madre, desplazada, secuestrada y quien perdió a su hijo en el mismo absurdo conflicto, viste de blanco, el mismo blanco representativo de paz que está en el imaginario de muchas personas colombianas, su cabello es corto y la piel blanca le contrasta con el rojo de sus pómulos, provocado por el calor de San Carlos. Ella no se resigna a no encontrar a su hijo, o por lo menos sus restos, llevarlos al cementerio y hacer una oración al cielo para que su hijo por fin tenga un buen viaje, ese que quizá se hace después de la muerte.

    En medio de todo,  hoy Gabriela, quien es veedora  del Consejo Consultivo por Rionegro, es la líder responsable de  representar a su comunidad con propuestas y supervisión de los programas sociales de desarrollo que adelanta la administración departamental en su municipio.

    Velar por los intereses de su comunidad y tener sensibilidad social, son algunos de los compromisos del poblador y veedor como lo es esta mujer, ella lo hace con el corazón como lo describe, mientras también da gracias a quien impulsa el programa de paz y desarrollo en los municipios del Oriente y Porce Nus: Prodepaz. “Prodepaz para mí ha sido la mejor institución que he conocido en el tiempo de mi veeduría por el acompañamiento y fortalecimiento en las comunidades”. Dice finalmente la líder.

    Más de 280 historias se dieron cita en la Cuarta Asamblea de Pobladores, unas marcadas por el dolor y la tristeza y otras simplemente testigos de cómo se desangraron sus gentes, sus tierras. Pese a eso, la ilusión de un mejor futuro y de borrar la tristeza de lo vivido puede más, por eso juntos, estos pobladores reconstruyen sus vidas, le apuestan a la firma de una paz pero desde el territorio.

     Por: Laura Milena Cárdenas Ceballos, enviada especial

    MiOriente - [email protected]

     

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